LA BATALLA POR LOS DERECHOS EN TIEMPOS DEL ALGORITMO: CRÓNICA DE UNA LUCHA NECESARIA
EL DESEMBARCO DEL PODER GLOBAL: LA INVASIÓN SILENCIOSA
El año 2016 fué un punto de inflexión para los trabajadores motociclistas mensajeros y repartidores. La agresión no vino en la forma de una crisis económica tradicional ni de una reforma laboral impuesta por ley. Esta vez, la explotación desembarcaba sin rostro, sin fábrica, y sin fronteras. Su llegada anunciaba el inicio de una nueva era de confrontación. La lucha ya no sería contra la ambición desmedida de “agenciero” local, sino contra las fuerzas del poder económico global disfrazadas de innovación tecnológica.
El hito fundacional de esta nueva etapa ocurrió el 23 de marzo de 2016. Ese día, el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, visitó oficialmente la Argentina. En su comitiva no solo viajaban diplomáticos; junto a él llegaba también el CEO de Uber, y con él la auto denominada “economía colaborativa”, con toda la espalda del poder económico mundial.
Para enfrentar a este tentáculo de la plutocracia, debíamos primero desentrañar la telaraña de poder oculta tras las aplicaciones. Plataformas como PedidosYa, Glovo y Rappi no son entidades independientes. Todas responden a un accionista principal: Delivery Hero, una corporación supranacional con sede en Alemania. Esta estructura garantiza que, aunque una marca se retire, el control permanezca intacto. No importa quién se va, Delivery Hero siempre se queda. Pero las conexiones son aún más profundas. Uno de los principales accionistas de Delivery Hero es Black Rock, el fondo “buitre” dueño de una gran parte de la deuda externa argentina. Así, la precarización de un repartidor en una esquina de Buenos Aires, Trelew, o Salta, se revela como una pieza más en la maquinaria global de la especulación financiera que somete a nuestro país mediante la usura como método.
Ante un explotador supranacional y dispuesto a todo, la organización sindical era la única trinchera posible; y la primera batalla se libraría en el más básico de los terrenos: nuestro reconocimiento como trabajadores.
LA PRIMERA CONQUISTA: EL RECONOCIMIENTO DE LA RELACIÓN LABORAL
En este nuevo campo de batalla, la primera disputa, la más superficial pero indispensable, fue la lucha por el reconocimiento de la relación de dependencia. Mientras las plataformas y el poder político cómplice negaban la existencia de un vínculo laboral, para nosotros era una certeza innegociable. Ganar esta discusión era el primer paso ineludible para poder enfrentar el verdadero conflicto que se ocultaba detrás.
El esfuerzo de organización dio sus frutos. Alcanzamos un hito que nos diferenció del resto de las experiencias a nivel mundial: conseguimos encuadrar a 2.220 compañeros de PedidosYa, Glovo y Rappi en nuestro Convenio Colectivo de Trabajo (CCT). Esta victoria no fue un fin en sí misma, sino una conquista estratégica. Fue la experiencia que nos permitió, por primera vez, asomar la cabeza por encima del muro de la precariedad y observar la realidad que existía del otro lado.
Pero cuando asomamos la cabeza, descubrimos que lo que hay del otro lado «es mucho peor que lo que existe en el marco de la disputa laboral». El reconocimiento de la relación de dependencia, aunque fundamental, era apenas una escaramuza. Comprendimos que esa es una pelea que hay que dar, sí, pero que la verdadera batalla venía después.
CARA A CARA CON EL ALGORITMO
Al encaminar el reconocimiento de la relación laboral, nos encontramos cara a cara con el algoritmo. No como una herramienta de software, sino como la encarnación de un nuevo poder patronal: un jefe invisible, omnipresente, implacable, e inapelable. Esta nueva forma de gestión, deshumanizada y totalitaria, representaba un desafío sin precedentes para la tradición sindical y la defensa de los derechos más elementales del trabajador.
La anécdota de un compañero de PedidosYa ilustra a la perfección la naturaleza de este régimen. Se acercó al sindicato buscando asesoramiento porque la empresa le descontaba dinero sistemáticamente por supuestas faltas o por no realizar los viajes «en tiempo y forma». Lo que siguió solo puede ser definido como perturbador:
– El Calvario del Compañero: Con el respaldo del gremio, el trabajador inició el reclamo formal, decidido a defender su salario.
– La Barrera Invisible: Durante 30 días de intentos, el compañero «en ningún momento logró hablar con un ser humano». No había gerentes, ni supervisores, ni un solo responsable a quien dirigir la queja.
– La Respuesta Inhumana: La única interfaz era un call center en Perú, desde el cual «contestan cuando quieren y, obviamente, no ofrecen ninguna clase de solución».
– La Derrota en un sistema Impenetrable: Vencido por un muro de silencio digital, el trabajador renunció.
La justificación para cada sanción era siempre la misma: «porque lo dice el algoritmo». Para las plataformas, el algoritmo ocupa el lugar de un dios, una deidad incuestionable cuyas decisiones son dogma. No es exageración. En reuniones en el Ministerio de Trabajo, hemos sido testigos de cómo los CEOs de estas empresas hablaban del algoritmo, de la misma forma que un cristiano habla de la Virgen María, con una reverencia que roza lo religioso. Esta deificación del software no es una anécdota; es una estrategia deliberada para anular la negociación, eliminar la responsabilidad patronal y presentar la explotación como un resultado tecnológico inevitable.
Frente a este poder “divino” y arbitrario, la organización colectiva se volvió más crucial que nunca. Era hora de demostrar que, incluso en el capitalismo digital, la voluntad humana y la solidaridad de los trabajadores podían desafiar a la nueva tiranía tecnológica.
LA OFENSIVA SINDICAL Y LA REPRESALIA ALGORÍTMICA
Ante un patrón que se escondía tras líneas de código, la respuesta del sindicato debía ser contundente y organizada. Decidimos dar un paso histórico: clavar la bandera de la representación gremial en el corazón del sistema. La elección de delegados se convirtió en un acto de desafío directo al modelo de gestión algorítmica, un modelo diseñado precisamente para individualizar, fragmentar y aniquilar cualquier forma de organización colectiva. Fue nuestra declaración de guerra contra la precariedad impuesta.
En 2019, logramos algo sin precedentes: elegimos la primera comisión de delegados de la historia del mundo en una plataforma. Este hito ocurrió en Argentina, y no fue por casualidad que sea en la patria de Perón. Fue una victoria que se explica por la fortaleza del modelo sindical argentino, que nos garantiza tener la espalda y el poder para atrevernos a semejante empresa.
La represalia corporativa fue inmediata y brutal. A los pocos días de notificar formalmente la convocatoria a elecciones, llegó la respuesta. El 26 de febrero de 2019, la compañía despidió a 450 compañeros en un solo día. La justificación oficial de este ataque masivo, una vez más, fue una decisión inapelable del sistema. ¿Cuál era el motivo? ¿Quién lo decía? El algoritmo.
Esta agresión no podía quedar sin respuesta. La represalia algorítmica exigía una acción directa, una confrontación total.
LA TOMA DE LA BASE OPERATIVA DE PEDIDOSYA: UNA LECCIÓN SOBRE EL CAPITALISMO DIGITAL
Como respuesta inmediata a los 450 despidos, tomamos la base operativa de PedidosYa de la calle Gurruchaga, en el barrio de Palermo. Esa acción, sin embargo, se convirtió en mucho más que una protesta: fue la jornada en que el capitalismo digital nos dio una lección sobre su verdadera naturaleza, líquida e inhumana.
Con la ingenuidad de quienes aplicábamos tácticas de lucha forjadas en el siglo XX, pensábamos que «tomando la base operativa estábamos tomando la empresa». Ingresamos al local, decididos a paralizar las operaciones. En medio de la acción, no prestamos demasiada atención a dos empleados que se retiraban discretamente, uno con un CPU bajo el brazo y otro con una notebook.
En ese instante, entendimos la cruda realidad. Vimos que allí se iba la empresa, “esa” era la empresa. Nosotros nos quedamos con el cascarón: el local, algunas bicicletas, algunas motos, y los papeles. Pero el verdadero capital, el cerebro operativo, se había fugado en esos dos dispositivos. La empresa siguió operando desde otro lugar, sin interrupciones.
Ese día aprendimos la lección definitiva del capitalismo de plataformas. La empresa ya no es el activo físico, el edificio o la maquinaria. La empresa es la información, el software, el control algorítmico contenido en servidores que pueden estar en cualquier parte del mundo. Entendimos que la lucha ya no consiste en ocupar un espacio físico, sino en desafiar un poder que reside en la nube. La nueva tarea del movimiento obrero es aprender a tomar el algoritmo…
LA BATALLA POR LOS DERECHOS EN TIEMPOS DEL ALGORITMO: CRÓNICA DE UNA LUCHA NECESARIA
EL DESEMBARCO DEL PODER GLOBAL: LA INVASIÓN SILENCIOSA
El año 2016 fué un punto de inflexión para los trabajadores motociclistas mensajeros y repartidores. La agresión no vino en la forma de una crisis económica tradicional ni de una reforma laboral impuesta por ley. Esta vez, la explotación desembarcaba sin rostro, sin fábrica, y sin fronteras. Su llegada anunciaba el inicio de una nueva era de confrontación. La lucha ya no sería contra la ambición desmedida de “agenciero” local, sino contra las fuerzas del poder económico global disfrazadas de innovación tecnológica.
El hito fundacional de esta nueva etapa ocurrió el 23 de marzo de 2016. Ese día, el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, visitó oficialmente la Argentina. En su comitiva no solo viajaban diplomáticos; junto a él llegaba también el CEO de Uber, y con él la auto denominada “economía colaborativa”, con toda la espalda del poder económico mundial.
Para enfrentar a este tentáculo de la plutocracia, debíamos primero desentrañar la telaraña de poder oculta tras las aplicaciones. Plataformas como PedidosYa, Glovo y Rappi no son entidades independientes. Todas responden a un accionista principal: Delivery Hero, una corporación supranacional con sede en Alemania. Esta estructura garantiza que, aunque una marca se retire, el control permanezca intacto. No importa quién se va, Delivery Hero siempre se queda. Pero las conexiones son aún más profundas. Uno de los principales accionistas de Delivery Hero es Black Rock, el fondo “buitre” dueño de una gran parte de la deuda externa argentina. Así, la precarización de un repartidor en una esquina de Buenos Aires, Trelew, o Salta, se revela como una pieza más en la maquinaria global de la especulación financiera que somete a nuestro país mediante la usura como método.
Ante un explotador supranacional y dispuesto a todo, la organización sindical era la única trinchera posible; y la primera batalla se libraría en el más básico de los terrenos: nuestro reconocimiento como trabajadores.
LA PRIMERA CONQUISTA: EL RECONOCIMIENTO DE LA RELACIÓN LABORAL
En este nuevo campo de batalla, la primera disputa, la más superficial pero indispensable, fue la lucha por el reconocimiento de la relación de dependencia. Mientras las plataformas y el poder político cómplice negaban la existencia de un vínculo laboral, para nosotros era una certeza innegociable. Ganar esta discusión era el primer paso ineludible para poder enfrentar el verdadero conflicto que se ocultaba detrás.
El esfuerzo de organización dio sus frutos. Alcanzamos un hito que nos diferenció del resto de las experiencias a nivel mundial: conseguimos encuadrar a 2.220 compañeros de PedidosYa, Glovo y Rappi en nuestro Convenio Colectivo de Trabajo (CCT). Esta victoria no fue un fin en sí misma, sino una conquista estratégica. Fue la experiencia que nos permitió, por primera vez, asomar la cabeza por encima del muro de la precariedad y observar la realidad que existía del otro lado.
Pero cuando asomamos la cabeza, descubrimos que lo que hay del otro lado «es mucho peor que lo que existe en el marco de la disputa laboral». El reconocimiento de la relación de dependencia, aunque fundamental, era apenas una escaramuza. Comprendimos que esa es una pelea que hay que dar, sí, pero que la verdadera batalla venía después.
CARA A CARA CON EL ALGORITMO
Al encaminar el reconocimiento de la relación laboral, nos encontramos cara a cara con el algoritmo. No como una herramienta de software, sino como la encarnación de un nuevo poder patronal: un jefe invisible, omnipresente, implacable, e inapelable. Esta nueva forma de gestión, deshumanizada y totalitaria, representaba un desafío sin precedentes para la tradición sindical y la defensa de los derechos más elementales del trabajador.
La anécdota de un compañero de PedidosYa ilustra a la perfección la naturaleza de este régimen. Se acercó al sindicato buscando asesoramiento porque la empresa le descontaba dinero sistemáticamente por supuestas faltas o por no realizar los viajes «en tiempo y forma». Lo que siguió solo puede ser definido como perturbador:
– El Calvario del Compañero: Con el respaldo del gremio, el trabajador inició el reclamo formal, decidido a defender su salario.
– La Barrera Invisible: Durante 30 días de intentos, el compañero «en ningún momento logró hablar con un ser humano». No había gerentes, ni supervisores, ni un solo responsable a quien dirigir la queja.
– La Respuesta Inhumana: La única interfaz era un call center en Perú, desde el cual «contestan cuando quieren y, obviamente, no ofrecen ninguna clase de solución».
– La Derrota en un sistema Impenetrable: Vencido por un muro de silencio digital, el trabajador renunció.
La justificación para cada sanción era siempre la misma: «porque lo dice el algoritmo». Para las plataformas, el algoritmo ocupa el lugar de un dios, una deidad incuestionable cuyas decisiones son dogma. No es exageración. En reuniones en el Ministerio de Trabajo, hemos sido testigos de cómo los CEOs de estas empresas hablaban del algoritmo, de la misma forma que un cristiano habla de la Virgen María, con una reverencia que roza lo religioso. Esta deificación del software no es una anécdota; es una estrategia deliberada para anular la negociación, eliminar la responsabilidad patronal y presentar la explotación como un resultado tecnológico inevitable.
Frente a este poder “divino” y arbitrario, la organización colectiva se volvió más crucial que nunca. Era hora de demostrar que, incluso en el capitalismo digital, la voluntad humana y la solidaridad de los trabajadores podían desafiar a la nueva tiranía tecnológica.
LA OFENSIVA SINDICAL Y LA REPRESALIA ALGORÍTMICA
Ante un patrón que se escondía tras líneas de código, la respuesta del sindicato debía ser contundente y organizada. Decidimos dar un paso histórico: clavar la bandera de la representación gremial en el corazón del sistema. La elección de delegados se convirtió en un acto de desafío directo al modelo de gestión algorítmica, un modelo diseñado precisamente para individualizar, fragmentar y aniquilar cualquier forma de organización colectiva. Fue nuestra declaración de guerra contra la precariedad impuesta.
En 2019, logramos algo sin precedentes: elegimos la primera comisión de delegados de la historia del mundo en una plataforma. Este hito ocurrió en Argentina, y no fue por casualidad que sea en la patria de Perón. Fue una victoria que se explica por la fortaleza del modelo sindical argentino, que nos garantiza tener la espalda y el poder para atrevernos a semejante empresa.
La represalia corporativa fue inmediata y brutal. A los pocos días de notificar formalmente la convocatoria a elecciones, llegó la respuesta. El 26 de febrero de 2019, la compañía despidió a 450 compañeros en un solo día. La justificación oficial de este ataque masivo, una vez más, fue una decisión inapelable del sistema. ¿Cuál era el motivo? ¿Quién lo decía? El algoritmo.
Esta agresión no podía quedar sin respuesta. La represalia algorítmica exigía una acción directa, una confrontación total.
LA TOMA DE LA BASE OPERATIVA DE PEDIDOSYA: UNA LECCIÓN SOBRE EL CAPITALISMO DIGITAL
Como respuesta inmediata a los 450 despidos, tomamos la base operativa de PedidosYa de la calle Gurruchaga, en el barrio de Palermo. Esa acción, sin embargo, se convirtió en mucho más que una protesta: fue la jornada en que el capitalismo digital nos dio una lección sobre su verdadera naturaleza, líquida e inhumana.
Con la ingenuidad de quienes aplicábamos tácticas de lucha forjadas en el siglo XX, pensábamos que «tomando la base operativa estábamos tomando la empresa». Ingresamos al local, decididos a paralizar las operaciones. En medio de la acción, no prestamos demasiada atención a dos empleados que se retiraban discretamente, uno con un CPU bajo el brazo y otro con una notebook.
En ese instante, entendimos la cruda realidad. Vimos que allí se iba la empresa, “esa” era la empresa. Nosotros nos quedamos con el cascarón: el local, algunas bicicletas, algunas motos, y los papeles. Pero el verdadero capital, el cerebro operativo, se había fugado en esos dos dispositivos. La empresa siguió operando desde otro lugar, sin interrupciones.
Ese día aprendimos la lección definitiva del capitalismo de plataformas. La empresa ya no es el activo físico, el edificio o la maquinaria. La empresa es la información, el software, el control algorítmico contenido en servidores que pueden estar en cualquier parte del mundo. Entendimos que la lucha ya no consiste en ocupar un espacio físico, sino en desafiar un poder que reside en la nube. La nueva tarea del movimiento obrero es aprender a tomar el algoritmo…
